viernes, 18 de diciembre de 2015

Nacemos solos. Cuando morimos, morimos solos.



Foto de ALQUIMIA.


Nacemos solos. Cuando morimos, morimos solos. Nadie va con nosotros. El viaje que hacemos, más allá de las creencias que tengamos sobre ese viaje, se realiza solo. La idea fundamental es que entre el nacimiento y la muerte estamos solos...de modo que tenemos que estar dispuestos a saltar del nido, nos sintamos o no preparados para ello, es como atravesar los ritos de la pubertad para convertirnos en adultos sin una mano que nos sostenga. La única forma de comenzar el verdadero viaje de la vida es sentir el amor compasivo y el respeto por nosotros mismos y luego saltar.
Recuerdo muy claramente el momento de mi vida cuando leí “Alicia en el País de las Maravillas”, Alicia se transformó en mi heroína porque se cayó dentro de un agujero y simplemente se dejó caer. No se agarró de los bordes, no estaba aterrorizada tratando de parar la caída; simplemente se dejaba caer y observaba las cosas mientras lo hacía. Luego, cuando aterrizó, estaba en un lugar nuevo. No se refugió en nada. Yo quería ser como ella porque yo me acercaba al agujero y gritaba, me retiraba, no quería ir a ningún lugar en donde no hubiera una mano de la que aferrarme.
Trabajar con los obstáculos es el viaje de toda nuestra vida. El guerrero está siempre encontrándose con los dragones. Claro que el guerrero tiene miedo, especialmente antes de cada batalla. Pero con un corazón tierno y palpitante el guerrero se da cuenta que está a punto de dar un paso hacia lo desconocido, y allí va al encuentro del dragón. Se da cuenta que el dragón es el trabajo pendiente que se presenta y que ese miedo es el que necesita ser trabajado. Básicamente estamos trabajando con nuestro miedo y con nuestra resistencia, que no son necesariamente obstáculos.
El único obstáculo es la ignorancia, el negarnos a reconocer nuestra tarea pendiente. Si cada vez que el guerrero se encuentra con el dragón dice: “Ah! Es el dragón nuevamente, no voy a encontrarme con él de ninguna manera” y simplemente se aparta, entonces la vida se transforma en una historia recurrente de levantarse a la mañana, salir, encontrarse con el dragón, decir “de ninguna manera” y luego alejarse. En ese caso nos hacemos más y más tímidos, más y más miedosos y más y más como un bebé. Nadie nos nutre, pero estamos aún en esa cuna, y nunca atravesamos los ritos de la pubertad. Cuando atravesamos los ritos de la pubertad, nos quitarnos la armadura que ilusoriamente nos estaba protegiendo, y nos damos cuenta de que de hecho nos estuvimos defendiendo de estar plenamente vivos y despiertos. Entonces avanzamos, nos encontramos con el dragón y en cada encuentro nos muestra que aún hay un poco más de armadura para quitarnos, especialmente la que cubre el corazón. Nos conectamos con el coraje y el potencial de la valentía, de quitarnos toda la armadura que nos cubre.
Tratar de proteger nuestro territorio, tratar de mantenerlo cerrado y seguro es sinónimo de miseria y sufrimiento. Nos deja en un lugar muy pequeño, doloroso e introvertido que se hace más y más claustrofóbico y más y más miserable a medida que envejecemos.
Confucio dijo: cuando tenemos 50 años y nos hemos pasado a vida quitándonos la armadura, hemos establecido un patrón mental que por el resto de la vida no podremos detener. La seguiremos quitando. Pero si a los 50 años nos hemos hecho unos expertos en dejarnos la armadura puesta entonces no importa qué, será muy difícil cambiar”. Si esto es cierto o no, me morí de miedo cuando lo leí a los 12 años y se transformó en la motivación número uno de mi vida. Decidí que crecería antes de quedarme atrapada…
- Pema Chodron

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