Cada especie detenta un poder, un conocimiento y unas habilidades propias. El hombre de las culturas tradicionales y el chamán lo saben. No sólo somos parientes biológicos, sino también hermanos espirituales y hubo un tiempo en el que sabíamos hablar con ellos. Nuestra civilización moderna les ha negado el alma y obstinada en considerarlos como máquinas vivientes ha olvidado el lenguaje que teníamos en común: el idioma de la Creación.
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A los cinco años de mi vida mi abuelo me hizo un arco y algunas flechas. La hierba era reciente y yo montaba a caballo. Una tormenta se avecinaba desde donde se pone el Sol y cuando trotaba por el bosque, a lo largo de un arroyo, vi a un muscícapa posado en una rama. No fue un sueño; ocurrió así. Iba a disparar contra él con el arco que me había hecho mi abuelo, pero el pájaro se me anticipó y habló:
- Las nubes que cubren lo alto tienen un solo lado – me dijo.
Quizá aquello significaba que todas las nubes me miraban. Y agregó:
- ¡Atiende! ¡Una voz te llama!
Miré a las nubes, y aparecieron en ellas dos hombres cabeza abajo, como las saetas que caen; mientras se aproximaban interpretaban una canción sagrada y el trueno era como el redoble del tambor. Cuando estuvieron muy cerca de mí, se desviaron hacia el lugar en que el Sol se pone y se convirtieron de pronto en gansos. Desaparecieron. Y entonces la lluvia se abatió, acompañada de un ventarrón bramador.
Esta fue la primera visión de Alce Negro, un heyoka, es decir, un hombre sagrado sioux. Los animales le hablan porque él está destinado a ser un profeta entre su gente. Para Alce Negro los animales no son sólo un recurso de caza o un bien natural. Son seres espirituales de gran poder, hermanos de pueblos diferentes, pero capaces de otorgar al ser humano sus propias habilidades y conocimientos.
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