Maternidad de Picasso |
La mayoría de las personas que ahora son adultas han recibido de su madre real el legado de la madre interior. Se trata de un aspecto de la psique que actúa y responde de una manera que es idéntica a la experiencia infantil de la mujer con su propia madre. Además, la madre interior está hecha no sólo de la experiencia de la madre personal sino también de la de otras figuras maternas de nuestra vida y de las imágenes culturales que se tenían de la buena madre y de la mala madre en la época de nuestra infancia.
En casi todos los adultos, si hubo en otros
tiempos alguna dificultad con la madre, pero ahora ya no la hay, existe
todavía en su psique una doble de su madre que habla, actúa y responde
de la misma manera que su madre real en la primera infancia. Aunque la
cultura de una mujer haya evolucionado hacia un razonamiento más
conciente con respecto al papel de las madres, la madre interior seguirá
teniendo los mismos valores y las mismas ideas acerca del aspecto y la
forma de actuar de una madre que los que imperaban en la cultura de su
infancia.
En la psicología profunda, todo este
laberinto se llama “complejo de la madre”, es uno de los aspectos
esenciales de la psique de una mujer y es importante reconocer su
condición, fortalecer ciertos aspectos, enderezar otros, eliminar otros y
empezar de nuevo en caso necesario.
Examinando estas estructuras maternas,
podremos empezar a establecer si nuestro complejo de la madre interior
defiende firmemente nuestras singulares cualidades personales o si, por
el contrario, necesita desde hace tiempo un ajusteCLASES DE MADRE.-
-LA MADRE AMBIVALENTE
En el cuento de “El patito feo” los instintos
de la mamá pata la obligan a alejarse y aislarse. Se siente atacada por
el hecho de tener un hijo distinto. Se siente emocionalmente dividida
y, como consecuencia de ello, se derrumba y deja de preocuparse por el
extraño hijo. Aunque al principio intenta mantenerse firme, la “otredad”
del patito pone en peligro su seguridad dentro de la comunidad y
entonces esconde la cabeza y se zambulle.
¿No habéis visto alguna vez a una madre
obligada a tomar semejante decisión si no en su totalidad, por lo menos
en parte? La madre se doblega a los deseos de la aldea en lugar de tomar
partido por su hijo. En la actualidad muchas madres siguen actuando de
acuerdo con los antiguos temores de las mujeres que las han precedido a
lo largo de los siglos; ser excluida de la comunidad equivale a ser
ignorada y mirada con recelo en el mejor de los casos y ser perseguida y
destruida en el peor. Una mujer en semejante ambiente suele intentar
moldear a su hija de tal manera que se comporte “como es debido” en el
mundo exterior… esperando con ello salvar a su hija y salvarse a sí
misma del ataque.
De esta manera, la madre y la hija están
divididas. En “El patito feo”, la mamá pata está psíquicamente dividida y
ello da lugar a que se sienta atraída en distintas direcciones. En eso
consiste precisamente la ambivalencia. Cualquier madre que haya sido
atacada alguna vez se identificará con ella. Una atracción es su deseo
de ser aceptada por su aldea. Otra es su instinto de supervivencia. La
tercera es su necesidad de reaccionar ante el temor de que ella y su
hija sean castigadas, perseguidas o matadas por los habitantes de la
aldea. Este temor es una respuesta normal a una amenaza anormal de
violencia psíquica o física. La cuarta atracción es el amor instintivo
de la madre por su hija y su deseo de proteger a esta hija.
En las culturas punitivas es frecuente que
las mujeres se debatan entre el deseo de ser aceptadas por la clase
dominante (su aldea) y el amor a su hijo, tanto si se trata de un hijo
simbólico como si se trata de un hijo creativo o de un hijo biológico.
La historia es muy antigua. Muchas mujeres han muerto psíquica y
espiritualmente en su afán de proteger a un hijo no aceptado, el cual
puede ser su arte, su amante, sus ideas políticas, sus hijos o su vida
espiritual. En casos extremos las mujeres han sido ahorcadas, quemadas
en la hoguera y asesinadas por haber desafiado los preceptos de la aldea
y haber protegido al hijo no sancionado.
La madre de un hijo que es distinto tiene que
poseer la resistencia de Sísifo, el terrorífico aspecto de los cíclopes
y el duro pellejo de Calibán para poder ir a contracorriente de una
cultura estrecha de miras. Las condiciones culturales más destructivas
en las que puede nacer y vivir una mujer son aquellas que insisten en la
necesidad de obedecer sin consultar con la propia alma, las que carecen
de comprensivos rituales de perdón, las que obligan a la mujer a elegir
entre su alma y la sociedad, aquellas en las que las conveniencias
económicas o los sistemas de castas impiden la compasión por los demás,
en las que el cuerpo es considerado algo que hay que “purificar” o un
santuario que se rige por decretos, en las que lo nuevo, lo insólito o
lo distinto no suscita el menor placer, en las que la curiosidad y la
creatividad son castigadas y denostadas en lugar de ser premiadas o en
las que sólo se premian si el sujeto no es una mujer, aquellas en las
que se cometen actos dolorosos contra el cuerpo, unos actos que, encima,
se llaman sagrados, o aquellas en las que la mujer es castigada
injustamente “por su bien”, tal como lacónicamente dice Alice Miller, y
en las que el alma no se considera un ente de pleno derecho.
Es posible que la mujer que tiene en su
psique esta madre ambivalente ceda con demasiada facilidad y tema asumir
una postura, exigir respeto, ejercer su derecho a hacer las cosas,
aprenderlas y vivirlas a su manera.
Tanto si estas cuestiones derivan de una
estructura interior como si proceden de la cultura exterior, para que la
función materna pueda resistir semejantes presiones, la mujer tiene que
poseer ciertas cualidades agresivas que en muchas culturas se
consideran masculinas. Por desgracia, durante varias generaciones la
madre que deseaba ganar el aprecio de los demás para su propia persona y
para sus hijos necesitaba las cualidades que le estaban expresamente
prohibidas: vehemencia, intrepidez y fiereza.
Para que una madre pueda criar
satisfactoriamente a un hijo que, en sus necesidades psíquicas y
anímicas, es ligera o considerablemente distinto de lo que manda la
cultura dominante, tiene que hacer acopio de ciertas cualidades
heroicas. Como las heroínas de los mitos, tiene que ser capaz de
encontrar y adueñarse de estas cualidades en caso de que no estén
autorizadas, tiene que guardarlas y soltarlas en el momento adecuado y
tiene que defender su propia persona y aquello en lo que cree. No hay
prácticamente ninguna manera de prepararse para eso como no sea
armándose de valor y entrando en acción. Desde tiempo inmemorial un acto
considerado heroico ha sido el remedio de la entontecedora
ambivalencia.
-LA MADRE DERRUMBADA
Cuando una madre se derrumba
psicológicamente, significa que ha perdido el sentido de sí misma. Puede
ser una malvada madre narcisista que se considera con derecho a ser una
niña. Pero lo más probable es que se haya visto separada del Yo salvaje
y se haya derrumbado debido al temor a una amenaza real de carácter
psíquico o físico.
Cuando las personas se derrumban, suelen
resbalar hacia uno de los tres estados emocionales siguientes: un lío
(están confusas), un revolcadero (creen que nadie comprende debidamente
su tormento) o un pozo (una repetición emocional de una antigua herida, a
menudo una injusticia no reparada y por la que nadie pagó, cometida con
ellas en su infancia).
Para conseguir que una madre se derrumbe hay
que provocar en ella una división emocional. Desde tiempo inmemorial, el
medio más utilizado ha sido el de obligarla a elegir entre el amor a su
hijo y el temor al daño que la aldea pueda causarles a ella y a su hijo
si no se atiene a las reglas. En La decisión de Sophie de William
Styron, la heroína Sophie, es una prisionera en un campo de exterminio
nazi. Comparece ante la presencia del comandante nazi con sus dos hijos
en brazos. El comandante la obliga a elegir cuál de sus hijos se salvará
y cuál de ellos morirá, diciéndole que, si se niega a hacerlo, ambos
niños morirán.
Aunque semejante elección sea impensable, se
trata de una opción psíquica que las madres se han visto obligadas a
hacer a lo largo de los siglos. Cumple las reglas y mata a tus hijos o
atente a las consecuencias. Y así sucesivamente. Cuando una madre se ve
obligada a elegir entre su hijo y la cultura, nos encontramos en
presencia de una cultura terriblemente cruel y desconsiderada. Una
cultura que exige causar daño a una persona para defender sus propios
preceptos es verdaderamente una cultura muy enferma. Esta “cultura”
puede ser aquella en la que vive la mujer, pero lo más grave es que
también puede ser la que ella lleva consigo en el interior de su mente.
Hay innumerables ejemplos literales de ello
en todo el mundo y algunos de los más infames se dan en el continente
americano, donde ha sido tradicional obligar a las mujeres a separarse
de sus seres queridos y de las cosas que aman. En los siglos XVIII, XIX y
XX hubo la larga y espantosa historia de la ruptura de las familias
obligadas a someterse a la esclavitud. En los últimos siglos las madres
han tenido que entregar sus hijos a la patria en tiempo de guerra y,
encima, alegrarse de ello. Las forzadas “repatriaciones” se siguen
produciendo hoy en día (7).
En todo el mundo y en distintas épocas se ha
prohibido a las mujeres amar y dar cobijo a quien ellas quieren y en la
forma que desean.
Una de las opresiones contra la vida
espiritual de las mujeres de la que menos se habla es la de millones de
madres solteras en todo el mundo, incluso en Estados Unidos, que, sólo
en este siglo, se han visto obligadas por la moral dominante a ocultar
su condición o a esconder a sus hijos o bien a matarlos o a renunciar a
ellos o a vivir mal bajo una falsa identidad como ciudadanas humilladas y
privadas de todo derecho..
Durante muchas generaciones las mujeres han
aceptado el papel de seres humanos legitimizados a través de su
matrimonio con un hombre. Se han mostrado de acuerdo en que una persona
no es aceptable a menos que así lo decida un hombre. Sin la protección
“masculina” la madre es vulnerable. Es curioso que en “El patito feo” al
padre se le mencione sólo una vez cuando la madre está empollando el
huevo del patito feo y se queja del comportamiento del padre de sus
crías: “El Muy bribón no ha venido a visitarme ni una sola vez.” Durante
Mucho tiempo en nuestra cultura —lamentablemente y por distintas
razones— el padre no ha podido o no ha querido, por desgracia, estar
“disponible” para nadie, ni siquiera para sí mismo. Se podría decir con
razón que, para muchas niñas salvajes, el padre era un hombre
derrumbado, una simple sombra que todas las noches se colgaba en el
armario junto con su abrigo.
Cuando una mujer tiene en el interior de su
psique o en la cultura en la que vive la imagen de una madre derrumbada,
suele dudar de su propia valía. Puede pensar que el hecho de escoger
entre la satisfacción de sus exigencias externas y las exigencias de su
alma es una cuestión de vida o muerte. Puede sentirse como una
atormentada forastera que no pertenece a ningún lugar, lo cual es
relativamente normal en un exiliado, pero lo que en modo alguno es
normal es sentarse a llorar sin hacer nada al respecto. Hay que
levantarse e ir en busca del lugar al que una pertenece. Para un
exiliado, éste es siempre el siguiente paso y, para una mujer con una
madre derrumbada en su interior, es el paso esencial. La mujer que tiene
una madre derrumbada, debe negarse a convertirse en lo mismo.
-LA MADRE NIÑA 0 LA MADRE NO MIMADA
Hay muchas razones por las cuales un ser
humano o una madre psíquica se puede comportar de esta manera. Puede
tratarse de una mujer que no ha sido mimada. Puede ser una madre frágil,
muy joven o muy ingenua desde un punto de vista psíquico.
Puede estar psíquicamente lastimada hasta el
extremo de considerarse indigna de ser amada incluso por un niño. Puede
haber estado tan torturada por su familia y su cultura que no se
considere digna de tocar la orla del arquetipo de la “madre radiante”
que acompaña a la nueva maternidad. Como se ve, no hay vuelta de hoja: a
una madre se la tiene que mimar para que mime a su vez a sus hijos. A
pesar de que una mujer tiene un inalienable vínculo espiritual y físico
con sus hilos, en el mundo de la Mujer Salvaje instintiva, ésta no se
convierte por sí sola de golpe y porrazo en una madre temporal
plenamente formada.
En tiempos antiguos, las cualidades de la
naturaleza salvaje se solían transmitir a través de las manos y las
palabras de las mujeres que cuidaban a las jóvenes madres. Sobre todo
las madres primerizas llevan dentro, no una experta anciana sino una
madre niña. Una madre niña puede tener cualquier edad, dieciocho o
cuarenta y tantos años, da lo mismo. Todas las madres primerizas son
madres niñas al principio. Una madre niña es lo bastante mayor como para
tener hijos y sus buenos instintos siguen la dirección apropiada, pero
precisa de los cuidados de una mujer de más edad o de unas mujeres que
la estimulen, la animen y la apoyen en el cuidado de sus retoños.
Durante siglos este papel ha estado reservado
a las mujeres mas viejas de la tribu o la aldea. Estas “madres—diosas”
humanas que posteriormente fueron relegadas por las instituciones
religiosas al papel de “madrinas” constituían un sistema nutritivo
esencial de hembra—a—hembra que alimentaba a las jóvenes madres en
particular, enseñándoles cómo alimentar a su vez la psique y el alma de
sus hijos. Cuando el papel de la madre—diosa se intelectualizó un poco
más, el término “madrina” pasó a significar una persona que se encargaba
de que el niño no se apartara de los preceptos de la Iglesia. Muchas
cosas se perdieron en esta trasmigración.
Las ancianas eran las depositarías de una
sabiduría y un comportamiento que podían transmitir a las jóvenes
madres. Las mujeres se transmiten esta sabiduría las unas a las otras
con las palabras, pero también por otros medios. Una simple palabra, una
mirada, un roce de la palma de la mano, un murmullo o una clase
especial de afectuoso abrazo son suficientes para transmitir complicados
mensajes acerca de lo que se tiene que ser y el cómo se tiene que ser.
El yo instintivo siempre bendice y ayuda a
las que vienen detrás. Es lo que ocurre entre las criaturas sanas y los
seres humanos sanos. De esta manera, la madre—niña cruza el umbral del
círculo de las madres maduras que la acogen con bromas, regalos y
relatos.
Este círculo de mujer—a—mujer era antaño el
dominio de la Mujer Salvaje y el número de afiliadas era ilimitado;
cualquiera podía pertenecer a él. Pero lo único que nos queda hoy en día
de todo eso es el pequeño vestigio de la fiesta que suele preceder al
nacimiento de un niño y en la que todos los chistes sobre partos, los
regalos a la madre y los relatos de carácter escatológico se concentran
en unas dos horas, de las cuales una mujer no podrá volver a disfrutar a
lo largo de toda su vida de madre.
En casi todos los países industrializados
actuales, la joven madre Pasa por el embarazo y el parto e intenta
cuidar de su hijo en solitario. Es una tragedia de enormes proporciones.
Puesto que muchas mujeres son hijas de madres frágiles, madres—niñas y
madres no mimadas, es muy posible que posean un estilo interno de
“cuidados maternales” parecido al de sus madres.
Es muy probable que la mujer que tiene en su
psique la imagen de una madre—niña o una madre no mimada o que la tiene
glorificada por la cultura y conservada en activo en la familia
experimente presentimientos ingenuos, falta de experiencia y, sobre
todo, un debilitamiento de la capacidad instintiva de imaginar lo que
ocurrirá dentro de una hora, una semana, un mes, uno, cinco o diez años.
La mujer que lleva dentro una madre—niña
adopta el aire de una niña que se las quiere dar de madre. Las mujeres
que se encuentran en esta situación suelen poner de manifiesto una
actitud generalizada de “viva todo”, una variedad de hipermaternalismo
en la que se esfuerzan por “hacerlo todo y serlo todo para todo el
mundo”. No pueden guiar ni apoyar a sus hijos, pero, al igual que los
hijos del granjero de “El patito feo” que se alegran tanto de tener
aquella criatura en la casa pero no saben prodigarle los cuidados que
necesita, la madre—niña acaba dejando a su hijo sucio y apaleado. Sin
darse cuenta, la madre—niña tortura a sus hijos con varias modalidades
de atención destructiva y, en algunos casos, por falta de la necesaria
atención.
A veces la madre frágil es a su vez un cisne
que ha sido criado por unos patos. No ha conseguido descubrir su
verdadera identidad lo bastante temprano como para que sus hijos se
puedan beneficiar de ello. Después, cuando su hija tropieza con el gran
misterio de la naturaleza salvaje de lo femenino en la adolescencia,
ella también experimenta punzadas de identificación e impulsos de cisne.
La búsqueda de identidad por parte de la hija puede dar lugar al
comienzo de un viaje “virginal” de la madre en busca de su yo perdido.
Entre madre e hija habrá por tanto en el sótano de la casa dos espíritus
salvajes dándose la mano en espera de que los llamen desde arriba.
Éstas son por consiguiente las cosas que
pueden torcerse cuando la madre se ve apartada de su naturaleza
instintiva. Pero no hay que suspirar demasiado fuerte ni durante
demasiado tiempo, pues todo eso tiene remedio.
-LA MADRE FUERTE, LA HIJA FUERTE
El remedio consiste en mimar amorosamente a
la joven madre que una lleva dentro, lo cual se consigue por medio de
mujeres del mundo exterior más sabias y maduras, preferentemente
templadas como el acero y robustecidas por el fuego tras haber pasado
por lo que han tenido que pasar. Cualquiera que sea el precio que se
tenga que pagar incluso hoy en día, sus ojos ven, sus oídos oyen, sus
lenguas hablan Y son amables.
Aunque hayas tenido la madre más maravillosa
del mundo es posible que, al final, llegues a tener más de una. Tal como
tantas veces les he dicho a mis hijas: “Sois hijas de una madre, pero,
con un poco de suerte, tendréis más de una. Y, entre ellas, encontraréis
casi todo lo que necesitáis.” Sus relaciones con todas las madres serán
probablemente de carácter progresivo, pues la necesidad de guía y de
consejo nunca termina ni conviene que termine desde el punto de vista de
la profunda vida creativa de las mujeres.
Las relaciones entre las mujeres, tanto
si son entre mujeres que comparten la misma sangre como si son entre
compañeras psíquicas, entre analista y paciente, profesora y alumna o
almas gemelas, son relaciones de parentesco de la máxima importancia.
Aunque algunos de los que escriben sobre
psicología en la actualidad afirmen que el abandono de la matriz materna
es una hazaña que, si no se cumple, contamina para siempre a la mujer y
aunque otros digan que el desprecio hacia la propia madre es algo
beneficioso para la salud mental del individuo, en realidad la imagen y
el concepto de la madre salvaje no se puede ni se debe abandonar jamás,
pues la mujer que lo hace abandona su naturaleza profunda, la que
contiene toda la sabiduría, todas las bolsas y las semillas, todas las
agujas para remendar, todas las medicinas para trabajar y descansar,
amar y esperar.
Más que deshacernos de la madre, nuestra
intención tiene que ser la de buscar a una madre sabia y salvaje. No
estamos y no podemos estar separadas de ella. Nuestra relación con esta
madre espiritual tiene que girar incesantemente, tiene que cambiar
incesantemente y es una paradoja. Esta madre es la escuela en la que
hemos nacido, una escuela en la que somos simultáneamente alumnas y
profesoras durante toda la vida. Tanto si tenemos hijos como si no,
tanto si cultivamos el jardín como si cultivamos la ciencia o el
vibrante mundo de la poesía, siempre tropezaremos con la madre salvaje
en nuestro camino hacia otro lugar. Y así tiene que ser.
Pero ¿qué decir de la mujer que ha pasado
realmente por la experiencia de una madre destructiva en su infancia?
Por supuesto que este período no se puede borrar, pero se puede
suavizar. No se puede endulzar, pero ahora se puede reconstruir
debidamente y con toda su fuerza. No es la reconstrucción de la madre
interior lo que tanto asusta a muchas sino el temor de que haya muerto
algo esencial, algo que jamás podrá volver a la vida, algo que no
recibió alimento porque la madre psíquica estaba muerta. A estas mujeres
les digo que se tranquilicen porque no están muertas ni mortalmente
heridas.
Tal como ocurre en la naturaleza, el alma y
el espíritu cuentan con unos recursos sorprendentes. Como los lobos y
otras criaturas, el alma y el espíritu pueden vivir con muy poco y a
veces pueden pasarse mucho tiempo sin nada. Para mí, éste es el milagro
más grande que puede haber. Una vez yo estaba trasplantando un seto vivo
de lilas. Un gran arbusto había muerto por misteriosas razones, pero
los demás estaban cubiertos de primaverales flores moradas. Cuando lo
saqué de la tierra, el arbusto muerto crujía como las quebradizas
cáscara, de los cacahuetes. Descubrí que su sistema de raíces estaba
unido a los de las restantes lilas vivas que bordeaban toda la valla.
Pero lo más sorprendente fue descubrir que el
arbusto muerto era la “madre”. Sus raíces eran las más viejas y
fuertes. Todos sus hijos mayores se encontraban de maravilla a pesar de
que ella estaba patas arriba, por así decirlo. Las lilas se reproducen
con el llamado sistema de chupón, por lo que cada árbol es un vástago M
progenitor inicial. Con este sistema, si la madre falla, el hijo puede
sobrevivir. Ésta es la pauta y la promesa psíquica para las mujeres que
no han tenido cuidados maternales o han tenido muy pocos, y también para
aquellas cuyas madres las han torturado. Aunque la madre caiga, aunque
no tenga nada que ofrecer, la hija se desarrollará, crecerá
independientemente y prosperará.
Clarissa Pínkola Estés.
tomado de:
https://aulli2.wordpress.com/2014/04/30/reconociendo-a-la-madre-interior-en-busca-de-la-madre-sabia-y-salvaje/
Copyright © - Se otorga permiso para copiar y redistribuir este artículo con la condición de que el contenido se mantenga completo, se dé crédito al autor(es), y se distribuya gratuitamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario